Aunque Sigmund Freud jamás consideró a la homosexualidad como enfermedad o como perversión, muchos de sus herederos no sólo negaron el derecho de las personas homosexuales a ejercer el psicoanálisis, sino que también las señalaron como carne obligada de diván y de posible “cura”. A pesar de que han transcurrido casi 40 años desde que la Asociación Psiquiátrica Americana quitó a la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales, aún hoy ronda el fantasma de la desviación en algunos consultorios. Y, sin dudas, el tema de las familias “homoparentales” vuelve a dividir las aguas y a poner en jaque la concepción de la normalidad, del modelo moral y correcto del que esta disciplina suele colocarse como fiel guardián.
Por Patricio Lennard
”La homosexualidad no es, desde luego, una ventaja,
pero no hay nada en ella de lo cual avergonzarse: no es un vicio, ni un
envilecimiento y no podría calificársela de enfermedad; nosotros la
consideramos como una variación de la función sexual provocada por una
interrupción del desarrollo sexual. Muchos individuos sumamente
respetables, de los tiempos antiguos y modernos, fueron homosexuales, y
entre ellos encontramos a algunos de los más grandes hombres (Platón,
Miguel Angel, Leonardo da Vinci, etcétera). Perseguir la homosexualidad
como un crimen es una gran injusticia, y también una