(Reflexiones sobre el amor adolescente hoy) -
Octavio Fernandez Mouján *
Introducción:
El amor en la adolescencia suele
confundirse con enamoramiento. Una de las razones es porque actualmente el
tránsito adolescente está dificultado por lo que considero una invasión
–de una sociedad que tiene como ideal la juventud y el poder sobre las cosas
para consumirlas mejor. Si la juventud es ideal, éstos, adolescentes y jóvenes,
verán muy limitado y determinado el futuro. Y si además lo importante es tener
poder sobre los otros y las cosas el determinismo se hace nefasto para el ser
adolescente. Veamos esto.
El hombre y la mujer forman un
modelo adulto de pareja que necesariamente influirá en los que transitan el
rito inicial adolescente. El poder sobre las cosas y personas alentado en este
sistema socio económico decadente han llevado a una estructura de pareja de
caracteres narcisistas. Cada uno, mujer y hombre, trata de representar la
imagen que el otro Yo necesita “consumir”. Así garantizan el deseo del otro
hacia uno. Especie de transacción donde la ideología economicista imperante se
infiltra determinando el interés mutuo centrado en la utilidad.
Ambos, mujer y hombre, tienen que
convertirse en útiles para el otro. Mutua idealización que cierra el vínculo en
una dinámica especular. Se miran en un espejo que les devuelve lo que los
complementa dando seguridad, estabilidad y dependencia a un estado ilusorio de
enamoramiento que no permitirá el pasaje al amor. Sólo el desgaste del tiempo
llevará al fracaso y cambio de objeto y no de manera de vincularse.
En este trabajo primero diferenciaré
entre enamoramiento y amor. Luego describiré las 3 etapas típicas de la
adolescencia donde se hace posible el aprendizaje entre varones y mujeres en
crisis de identidad, poniendo énfasis en el pasaje del enamoramiento al amor.
Teóricamente el adolescente estaría más preparado al amor a partir de los 17-18
años por su mayor integración psico-físico-social. Esto daría lugar a un tercer
tema que es la relación entre sexualidad y el amor insertado en una
sociocultura determinada. Por último incluiré otros apartados en donde volveré
a la hipótesis inicial, incluyendo las consecuencias negativas que hoy tiene y
proponiendo algunas salidas.
1. Del enamoramiento al amor:
Desde el psicoanálisis aprendimos el carácter narcisista que tiene el
estado de enamoramiento, estructura necesaria en la etapa ilusoria o idealizada
del amor. La idea central es que si no hay desilusión no se alcanza el amor,
pues cada uno ve al otro y se muestra desde una imagen ideal no real. No
podemos amar y sentirnos amados si no vemos lo real de cada uno. Esto que es
difícil para el adulto lo es más para el joven adolescente como veremos en la
2ª parte.
Profundizamos un poco más sobre el estado de enamoramiento, no con un fin
de crítica dado que es natural, sino con la finalidad de evitar su confusión
con el amor.
Enamorarse es vincularse con el otro –varón o mujer- de manera tal que
pueda proyectar él o ella su ideal de pareja. En esto hay dos partes, un Yo que
proyecta su ideal antes de conocer la realidad (que sería más difícil) y otro
Yo que se muestra como ideal para el otro (seducción incluida) y viceversa. Una
especie de relación donde ambas partes quedan alienadas por una idealización compartida.
Que sea ilusión no significa que sea falsa o que no haya amor. Puede haber algo
de verdad y el amor puede más adelante manifestarse.
Por otra parte los ideales sobre el hombre y la mujer hoy día tienen un
peso agregado por los medios masivos de comunicación y la imagen que las
circunstancias socioculturales venden, especialmente la familia. La
adolescencia, que es una gran consumidora de estas imágenes mediáticas es la
víctima privilegiada por la crisis evolutiva que vive. Si a eso le agregamos la
crisis de autoridad en las familias y escuelas tendremos más motivos en pensar
en esta invasión que señalo.
Cuando se está enamorado se sabe bien qué es lo que hace sentir así, la
respuesta será: sus ojos, la inteligencia, la belleza física, dulzura, bondad,
etc.. Lo paradójico es que la respuesta de ¿por qué amamos a determinada
persona?, no es tan fácil y concreta. Es que ya hubo un proceso de desilusión
que nos lleva a dudar de lo que percibo o pienso para incluir un elemento
importante, no tan consciente, racional y determinado socialmente. Lo que se
denomina el “margen de misterio” del amor significa que más allá de los
procesos identificatorios que entran en actividad durante el enamoramiento
incluimos lo que denomino la “participación de valores”. Es decir, vivir una
experiencia donde el Yo deja un importante lugar al ser. Lo que cada uno
es muestra su desnudez más allá de lo que aparentamos. Lo sorprendente es que
eso es el amor más allá de toda desilusión que el Yo pueda sufrir.
El pasaje del enamoramiento al amor requiere un período de crisis,
similar a la crisis narcisista que podemos sufrir con uno mismo o aquella que
nos separa definitivamente de algo o alguien que creíamos querer. Pero en este
caso no hay separación sino duda de si lo que siento es amor o un simple
interés pasajero. Esta duda se expresa con irritabilidad, peleas, alejamientos,
enfriamientos y hasta separaciones momentáneas. Sin embargo, la duda perdura y
se requiere un nuevo intento que será exitoso cuando se pueda dialogar sobre lo
conflictivo de “lo que nos está pasando”, es decir, no me quedo con lo
proyectado o introyectado sino con lo compartido en este descubrimiento mutuo
cada vez más real respecto a lo que cada uno quiere del otro. En el amor no hay
adaptación, en el enamoramiento sí la hay, entre ellos o a una imagen social de
moda o arraigada en la microcultura. El amor es en el fondo un campo de valores
del que participamos, con ello quiero decir que por ser un valor –no un
objeto identificable- no pertenece a ningún Yo; nadie se puede aprovechar del
otro, ambos participan del encuentro libre entre dos personas que participan de
su fuerza. No se suma como en el enamoramiento, sino que se agrega un valor que
cambia la actitud ante el otro.
En síntesis, al hablar de enamoramiento y amor estamos suponiendo una
primera ilusión narcisista de la relación que se transforma en un encuentro de
partes en un espacio virtual de participación que los hace libres al mismo
tiempo que unidos. No es que el enamoramiento se desvanece sino que se mantiene
y potencia al agregar el valor de vínculo en sí mismo, con fuerza propia.
2. Crisis
adolescente centrada en la sexualidad y el amor:
Clásicamente en la adolescencia se describen 3 períodos
diferentes centrados por la característica que tiene su crisis de identidad:
1. Durante la
pubertad la crisis de identidad del Yo se centra en el cuerpo, generando el
famoso síndrome de despersonalización que tanto les preocupa a los púberes, que
pasan las horas frente al espejo tratando de hacer coincidir su imagen corporal
con su cuerpo real cambiado. A esto debemos agregarle todo el despertar
hormonal con todo el bagaje de fantasías concomitantes, tanto inconscientes
como conscientes. Estas fantasías pueden llegar a angustiar sobremanera al Yo
puberal por las características perversas que contienen. Es por esto que se
llegó a denominar la pubertad como etapa “polimorfo perversa”.
Por lo que
vemos hasta ahora, lo realmente afectado es la sexualidad que integra lo
corporal, lo pulsional-hormonal y las fantasías que lo acompañan. Esto genera
naturalmente una fuerte tendencia pulsional hacia los “objetos de deseo” aun
ambivalentes y parcializados. La prevalencia de un pensamiento “lógico
concreto” (Piaget) dificulta mucho el desarrollo de un pensamiento más
reflexivo y la facilitación de una descarga en la acción de sus conflictos
internos y externos.
Por todos estos aspectos, que
brevemente señalé, lo que el púber necesita es de un “espacio marginal” que le
permita elaborar su duelo central: el cuerpo y su sexualidad. Este espacio
viene en su ayuda principalmente en tres direcciones. Por un lado la
masturbación y sus fantasías, por otro el grupo o “pandilla” puberal y en
tercer lugar las instituciones.
La masturbación y sus fantasías lo
ponen en contacto con su “nuevo” cuerpo y las fantasías perversas que lo
acompañan. Es una manera de elaboración no automática sino instrumento de
encuentro consigo mismo sin temor y sin actuaciones prematuras. La “pandilla”
es una estructura grupal narcisista donde los dos sexos se sostienen
compartiendo un ámbito idealizado que los sostiene y los ayuda en su despertar.
Las amistades en este período tienen también estas características. Por último
las instituciones deportivas, religiosas, educativas y en especial la familia
tienen un rol todavía complementario de contención, no de represión.
Están
más que a la vista las consecuencias que puede tener invadir este espacio
puberal. La violencia temprana y de características perversas es una de ellas.
Otra muy importante es la “fijación” en la etapa narcisista. Los cuadros de
caracteropatías fálicos en las mujeres e idealización “machista” en los varones
son muy frecuentes. Ambos ocultan un pánico a la bisexualidad, y más
frecuentemente seudo identidades sexuales.
2. La adolescencia
media o propiamente dicha empieza a los 15 años y dura hasta los 17-18 años. En
este período la crisis de identidad del Yo se centra en la mente. Con esto
quiero decir que el cambio central está en el pensamiento y la imaginación
creativa. El pensamiento lógico concreto termina de desarrollarse en un
pensamiento “lógico formal” (Piaget) y además la imaginación pasiva se vuelve
activa. Esto tiene consecuencias muy importantes respecto del tema que nos
convoca. Los adolescentes varones y mujeres al salir de la pandilla o de los
vínculos narcisistas, se individualizan y comienzan a vincularse a través del
“juego erótico”. Esto es típico de este período donde ambos sexos más definidos
en su identidad sexual yoica interactúan a través del juego, entendido
como espacio que por no ser de ninguno ambos participan. Es decir, pasan de la
posesión narcisista puberal a un encuentro sexual a través del erotismo. Esto
les posibilita fundamentalmente dos cosas: por un lado reconocerse mutuamente
en lo femenino y lo masculino que hay en cada uno y en el otro y además
aprender a amarse, disfrutarse, conocerse como cada uno es, sin posesión. La
libertad, base del amor, está garantizada por el juego como espacio de
encuentro donde prima el anhelo de ser con el otro.
Este es el aprendizaje central del
adolescente, conociendo a través de la experiencia de encuentro en libertad,
con sexualidad placentera y alegría en el descubrimiento mutuo. La “recepción”
femenina y la “penetración” masculina son primero dos actitudes que nos libran
de toda estructura egocéntrica para dar preferencia al vínculo en sí. El pasaje
al pensamiento reflexivo y a la imaginación no representacional (pasiva) ayudan
a que el juego erótico llegue a su plenitud en el amor en libertad, ya que la
imaginación activa no está determinada, tiene el sello de la creatividad.
Si
la pubertad viene perturbada por la invasión y si este espacio adolescente
también, este aprendizaje del amor sexual quedará entorpecido. Entre otras
cosas porque el sentimiento de identidad solidario deja de ser vivenciado,
entonces la seguridad narcisista será prioritaria a la confianza[1].
3. El último
período que describimos como adolescente tiene un final mucho más difuso dadas
las grandes perturbaciones sociales que hoy vivimos por la desocupación, la
pobreza, la injusticia, la corrupción y la contaminación de todo. Luego de los
18 años la crisis de identidad del Yo se centra en la vocación social. La
crisis vocacional es consecuencia de que no hay un sistema social que dé
iguales oportunidades a que cada uno pueda encontrarse con uno mismo en su rol
en la sociedad. Rol no sólo laboral o como ciudadano político sino como pareja
que anhela concretar formar una familia. En este artículo nos interesa ver el
“final adolescente” como aprendizaje de su vocación como pareja que anhela
formar una familia.
Suponiendo
la vida sexual iniciada dentro de los parámetros ideales, teóricamente
planteados, el noviazgo supondría la repetición elaborativa de todo lo dicho:
reconocimiento de lo vivido como propio, la relación narcisista o de
enamoramiento necesaria ante la angustia de cambio, la posibilidad de un
diálogo reflexivo y sobre todo el juego erótico que abre un espacio como valor,
como campo de valores donde se participa de un nuevo “poder” surgido de la
experiencia vivida en libertad, donde más que deseo se tiene anhelo de ser con
el otro.
Llegado
a este punto el tema del amor en la adolescencia ya se entremezcla con el
problema actual sobre el amor sexual y sus consecuencias nefastas en la adolescencia
y juventud. Sólo planteo esto para recuperar la esperanza y no caer en la
desesperanza del amor sexual en esta sociedad de consumo donde lo importante es
tener poder sobre el otro y no encontrarse solidariamente en el anhelo común de
superación.
3. Sexualidad y
Amor:
Como este
tema excede el período adolescente y juvenil seré breve en la reflexión pero
necesito hacerla para terminar con las consecuencias y posibles soluciones para
los adolescentes. Creo que hay mucha confusión entre sexualidad y amor, como la
hay entre enamoramiento y amor. Tampoco es igual juego como valor que juego de
competencia. La clave para mi diferenciación en estas confusiones la centro en
dos conceptos muy relacionados, el de identidad y el de subjetividad.
La llamada identidad de Yo se
construye a través de los procesos de identificación que el Yo, como sujeto en
relación, realiza con otro separado. Con él construye, vía procesos
narcisísticos y edípicos, estructuras o sistemas tanto en sus relaciones
internas, vinculares y sociales. Todo esto aporta al Yo 3 importantes
sentimientos de identidad que le dan unidad con uno mismo en el espacio
relacional, continuidad en el tiempo de su historia y reconocimiento de
uno a través del otro Yo y sus conflictos concomitantes.
Cuando, además de lograr este
sentimiento de identidad, el Yo comparte con otros ideales sociales que los
relacionan de diferente manera, se alcanza el sentimiento de identidad psico
social.
Lo que me interesa desarrollar es el
sentimiento de identidad solidaria, grupal o nosotros. Es un sentimiento
no yoico, pues no parte de ningún proceso identificatorio. No hay alienación,
tampoco poder o sentimiento para o por otro, lo que se vivencia es ser
partícipe de una identidad que me diferencia como sujeto abierto (no en
relación) sintiéndome simultáneamente parte de un vínculo, grupo o totalidad.
Este sentimiento de identidad está más allá de toda estructura que nos
determina (el otro o los sistemas), gracias a la participación que realizamos
con los valores. Los valores como el amor no son identificables pero sí
participamos de su energía transformadora. Por eso es que el amor transforma la
sexualidad pulsional yoica en una sexualidad amorosa que en el adolescente
primero es juego erótico del que aprende a participar sin competir o poseer.
Luego el adolescente va transformando el juego en un encuentro amoroso que
permite a la sexualidad pulsional yoica incluirse en una sexualidad
participativa del amor que anhela ser más con el otro. Esta sexualidad con
espíritu solidario es la que nos hace libres y divertidos en un descubrimiento
permanente que es ser. El “anhelo de ser” es diferente al “deseo de
tener”. Sólo cuando el deseo está incluido en el anhelo de ser con el otro
decimos que el amor es sexual y el sexo es amor.
Las circunstancias socio culturales
actuales han hecho que el sexo se separe del amor pues interviene la
satisfacción del Yo como prioritaria. Si nuestra subjetividad no se libera del
otro en su constitución, siempre lo importante será el enamoramiento, que el
otro me complemente.
Una sociedad consumista y ansiosa de
poder siempre va a privilegiar los deseos del Yo individual o sectorial. La
solidaridad o el amor serán siempre ideas identificables como ideales a
alcanzar por el Yo. No existe un sentimiento de identidad que no haga sentir
parte de un juego, de un valor como justicia, verdad, amor, dolor, alegría,
etc.. La justicia, por ejemplo, como el dolor es también de todos: participamos
de su energía anhelante de ser más con los demás[2].
El aprendizaje que básicamente se
realiza durante el período adolescente consiste en: construcción de vínculos
ilusorios durante la sexualidad puberal, “el juego” erótico y la génesis de la
imaginación creativa que despiertan el sentimiento de identidad solidaria durante
la mediana adolescencia y la vocación a compartir la vida con el otro sexo en
el final de la adolescencia. Esto logros permiten ir aflojando los deseos del
Yo para experimentar el anhelo de ser con el otro en el amor. Cuando esto falla
los aspectos más perversos puberales y egoístas adolescentes, encuentran
dificultad en ser sublimados por los ideales sociales y sobre todo queda
bloqueada la gran capacidad adolescente de ampliar su conciencia yoica a la
energía solidaria que nace desde lo más básico del sentirse solidario con el
otro y poder anhelar ser más con los demás o sea compartiendo el amor.
En la adolescencia se aprende a
reflexionar –no quedarse atado a las ideas- y se aprende a imaginar
creativamente nuevas ideas –no quedarse atado a las viejas ideas. Eso en el
plano intelectual. En el plano del amor sexual, en la adolescencia se aprende a
sublimar para no quedarse atado al egoísmo pulsional, pero además se aprende a
amar para no quedarse atado a ningún determinismo pulsional o social. Este aprendizaje
está perturbado y es necesario reflexionar sobre algunas posibles soluciones.
4. Consecuencias
negativas:
El modelo de la pareja en la
actualidad difundida por los medios de comunicación masiva, el facilismo de la
droga, las figura exitistas de la sociedad y otros modelos adultos están
influenciando negativamente el desarrollo adolescente y sus vínculos de amor.
Habíamos dicho en la introducción
que dicho modelo tiene los caracteres de una estructura narcisista, sólo apta
para el enamoramiento pero no para el amor sexual. La razón de esto es la
invasión de los medios a la familia y la invasión del espacio adolescente es el
que vamos a desarrollar. Este espacio es hoy avasallado, perturbando seriamente
la identidad psicosexual. Subrayo “la identidad” y no la conducta que es una
consecuencia secundaria, pues lo que los medios de comunicación atacan,
dominados por el sistema, es la vida interior que debilita a la persona para
poder seguir dominándola. Nuestra debilidad personal es la que nos hace
dependientes, sin autoestima y aptos para la libertad del mercado, no la
individual y la de los vínculos.
Se está atacando el aspecto de ritual
de iniciación que este período tiene, entonces dejamos “de iniciar”, de fundar
nada; todo se convierte en continuar. El miedo a la pérdida de la seguridad es
lo paralizante. Se ha debilitado la fuerza del amor que es creativa.
Decimos que se ha perturbado la
identidad masculina y femenina en 4 sentidos:
1.
Una profunda disociación respecto
a las propias pulsiones que no fueron integradas debidamente en la etapa
autoerótica y narcisista normal de la pubertad. De ahí la gran actuación de
conductas perversas y egoístas fuera de contexto. La identidad del Yo que da
continuidad y unidad con uno mismo está perturbada.
2.
La perturbación en el aprendizaje
que se realiza con el juego erótico en la mediana adolescencia lleva a la
desaparición del juego no competitivo y la alegría del descubrimiento mutuo.
Son reemplazados por la mutua utilización y competencia seductora que hacen del
juego creativo de descubrimiento un juego perverso que oculta lo que cada uno
es. La identidad del Yo que surge de la relación con el otro queda perturbada.
3.
Perturbado el espacio interior
autoerótico y el espacio de juego erótico, es natural que también quede
perturbado el espacio de encuentro amoroso-sexual del fin de la adolescencia.
No se puede superar el vínculo narcisista dominado por el yo egoísta en aras de
un nosotros vincular donde el Yo no está privilegiado. La identidad solidaria
del nosotros quedará perturbada.
4.
Finalmente, si se ha perturbado el
espacio autoerótico donde nos reconocemos vincularmente en el juego libre, no
competitivo y que a ambos engrandece, el encuentro amoroso se convierte en una
pura relación de mutua idealización (enamoramiento). Tenemos una profunda
perturbación de la identidad del ser al desarraigarnos de nuestra propia
autoestima. Amor por uno mismo que garantizará el respeto por el otro, pues ya
no necesito utilizarlo para mi seguridad. Es la confianza la que permite apostar
al gran misterio del amor sexual y la creación de un mundo en permanente
devenir. Estaremos capacitados de enfrentar la nueva realidad al despertar la
voluntad transformadora que poseemos resistiendo cualquier sistema caduco que
tratará de debilitarnos.
5. Propuesta:
Creo que
nos hemos distraído para luchar contra los sistemas caducos. Lo peligroso es
perder el sentido que tiene la vida: luchar con la resistencia que nos
aporta la realidad y el otro con el fin de ir descubriendo y amando nuestra
propia identidad. Este primer triunfo con uno mismo se extiende a nuestros
vínculos más íntimos de amor, amistad y solidaridad –garantía de que estamos en
condiciones de superar la otra lucha a la que los sistemas caducos nos
convocan: superarlos sin enfrentamientos por poder.
El
sistema nos propone seguridad si nos adaptamos y despierta miedo a perderlo si
somos los que somos. El sentimiento de identidad nos propone confianza que
despierta del amor por la transformación de los medios para ser lo que somos.
La identidad del Yo es fundamentalmente un sentimiento de ser lo que
auténticamente siento que soy. Es una auto-conciencia que impregna todos los
procesos identificatorios, permitiendo que estos aportes sociales y familiares
sean coherentes con la persona que somos. El desarrollo psicosexual adolescente
necesita en su tarea de integración personal de este factor de coherencia
interna que es la identidad.
Al
desarrollo de identidad del Yo y psicosocial hemos agregado el sentimiento de
identidad solidario de un nosotros que, además de desear nuevos objetos
ideales, nos permite “anhelar ser más con los demás”. No busca ningún ideal
preestablecido sino crearlos dentro de un sentimiento solidario con el otro u
otros, en la búsqueda de autosuperarse en lo que somos, anterior a todo tener.
Esto es fundamental para crecer más allá de todo sistema que nos determina,
rescatando el anhelo de autosuperarse en el amor con los demás. “Ama y haz lo
que quieras, pero ama primero”, dice San Agustín. Este es el aprendizaje del
amor en libertad que en la adolescencia normal, no invadida, se realizaría.
Cuando
el púber es invadido en su etapa autoerótica o luego, el adolescente durante su
juego erótico, o finalmente el joven en el encuentro de amor sexual, decimos
que lo perturbado es su sexualidad masculina y femenina. Semejante desarraigo
los expone a constituir seudo identidades determinadas desde el deseo de los
padres o los mandatos sociales.
La
enfermedad actual del adolescente es el desarraigo a la propia identidad. Al
olvidarnos de que nuestra principal tarea es ser uno mismo con los demás, es
decir respetarnos y amarnos, tratamos de compensar este despojo con el deseo
posesivo y alienante de uno y de los otros, sean éstos familiares o sociales.
Carolina
comenta: “No podía salir porque me veía gorda... Ahora que puedo salir me dicen
que soy bulímica. Yo no lo veo. Sin embargo, algo de razón deben de tener
porque no me siento bien” (la madre de Carolina está pendiente de su peso y
ella pendiente de la mirada ajena).
En
un grupo terapéutico de jóvenes se produce este diálogo:
Leo: “Mis amigos me
llevaron a una fiesta en las afueras de Buenos Aires. La estábamos pasando
bien, tenía ganas de cantar y bailar con los demás. De repente sentí un
impulso, me levanté y subí al primer auto que volvía a la ciudad. Luego, con
otros me drogué hasta la madrugada”.
Juan: “¿Por qué te
fuiste si la estabas pasando bien?”
Leo: “No lo sé. No
pasaba nada”.
Alejo: “Es al revés
Leo. Te escapaste porque te pasaban cosas que te hacían cantar y bailar con los
otros. Te sentías bien y te ahogaste para que no sucediera nada dentro tuyo.
Así, todo debe ser provocado desde afuera”. (El padre de Leo, un empresario
exitoso dice: “No sé para qué Leo se droga si nunca le faltó nada. Todo lo que quiso
lo tuvo”).
Esto ejemplos son simples metáforas
de algo inevitable: la influencia de modelos familiares y sociales sobre el
desarrollo psicosexual adolescente.
El ideal es “que no me falte nada
material para satisfacer mis deseos” o “no puedo fallar al deseo del otro que
me quiere como objeto deseable para él”. Ser objeto del deseo para otro o que
el otro me convierta en permanente sujeto deseante. Ambas formas estructuran un
estado de enamoramiento inacabado, pues podemos cambiar de objetos o de roles,
lo que no se puede cambiar es el sentimiento de identidad que nos hace anhelar
ser más con. Esto es lo que nos obliga a superar el estado narcisista en el
encuentro amoroso que nos libera de todo objeto de deseo para convertirnos en
sujetos abiertos a un destino solidario e inagotable.
Lo que queremos rescatar en este
artículo es el hecho de salvar la identidad del ser como sentimiento profundo
de amor por uno mismo y su destino. Para ello es fundamental transformar las
estructuras que nos rigidizan para liberar nuestra voluntad y poder integrarla
con las pasiones que dan cuenta de nuestro mundo pulsional en su libre
manifestación interna. Continuar luego esta libertad ante las fantasías que
permitan el juego erótico donde se busca ser uno con el otro, y finalmente
asumir como hombre o mujer el amor como un encuentro vincular, donde la
renuncia al otro como yo quiero que sea me afirme en lo que soy con el otro, y
viceversa. Pasamos del enamoramiento al amor cuando queremos ser amantes y
amados en lo que realmente somos y poseer la ilusión del amor.
Sintetizando diré que el rescate de
un espacio interior libre, el juego en libertad con el otro y el encuentro
amoroso más allá de la relación de deseos mutuos tras los ideales que cada uno
representa, garantizan la existencia de una identidad grupal que siempre
dará al Yo la posibilidad de recurrir a lo indeterminado en su devenir y
transmitir vida responsable y solidariamente.
Recuperar
la adolescencia como símbolo o rito de iniciación significa para los adultos
poner en duda todo lo establecido que queremos repetir. De esta manera podemos
entrar en crisis vital con ellos para vivir los determinismos que los
desarraigan y luchar para encontrarnos anhelando superar los obstáculos que nos
convocan. Lo que el adolescente tarda en aprender (5 a 7 años) el joven y los
adultos “tardamos” en cada encuentro donde nuestro egoísmo se resiste a amar
primero para “hacer lo que queremos” en la circunstancia solidaria del juego
amoroso.
Sostengo que los adolescentes sufren
una “caída” estructural importante, se trata del sistema que durante la
infancia los acompañó, tanto en la familia como las instituciones. Esta caída
del sistema provoca una crisis que los lleva a vivir más solidariamente su
experiencia, lo que quiere decir que los hace más protagonistas y especialmente
sensibles a lo que ellos experimentan como propio y ajeno. Si nuestra mirada
hacia los adolescentes tuviera en cuenta esta crisis, provocaría en nosotros un
cambio de actitud; nuestro accionar sería de un grado de compromiso y
comprensión mayor, dado que el clima de aprendizaje que se respira sería más
que una norma una ética[3]
que a todos ayudaría.
Esta fresca aun en mi memoria cuando
con Luis Mamone, Marta Martínez y otros pusimos en cuestión todo el sistema de
reformatorios para adolescentes delincuentes. Logramos con ellos armar una red
solidaria para transformar el viejo sistema en verdaderas comunidades
terapéuticas. Luego el fracaso no vino por ellos, sino por los adultos y
burócratas aferrados a sistemas educativos sin ninguna comprensión del problema
y menos aun compromiso. La norma y lo conocido impidieron que “el respeto con
el otro” de la ética avanzara durante la crisis.
* Acerca del
autor:
Dr. Octavio
Fernández Mouján es médico psiquiatra y psicoanalista, formado en
psiquiatría comunitaria y psicoterapia
en el prestigioso Policlínico de Lanús cuando lo dirigía el Dr. Mauricio
Goldemberg (década del 60). Integra la Asociación Psicoanalista Argentina
(A.P.A.). A comienzos de los años 70 fundó el Centro Oro, institución dedicada
a la asistencia, docencia y prevención en salud mental. Desde hace 25 años es
docente en la Universidad de Belgrano.
Es autor de
varios libros:
“Abordaje
teórico clínico de la adolescencia” (1973)
“La
identidad y lo mítico” (1980)
“Crisis
Vital” (1989)
“Alegato
por la vida” –poemas (1991)
“La
creación como cura” (1994)
“Inteligencia
Solidaria” (2002)
“De la vida al conocimiento” (2003) en colaboración de su hija, SoledadBibliografía
- Alberoni, Francisco, El erotismo,
Ed. Gedisa, México D.F., 1986.
- Briggs y Peat, A través del
maravilloso espejo del Universo, Ed. Gedisa, Buenos Aires, 1989.
- Fernández Mouján, Octavio, La
creación como cura, Altamira, Ed. Bs. As., 2002.
- Fernández Mouján, Octavio, Crisis
Vital, Ed. Nueva Visión, Bs. As., 1985.
- Fernández Mouján, Octavio, Abordaje
teórico y clínico del adolescente, Ed. Nueva Visión, Bs. As., 1974.
- Fernández Mouján, Octavio, Inteligencia
solidaria, Ed. Belgrano, Buenos Aires, 2002.
- Mamone, Luis y Martínez, Marta, El
escondrijo de los espantacomepájaros, Grupo Ed. Latinoamericano, 1991
- Savater, Fernando, Invitación a la
ética, Ed. Anagrama, Barcelona, 1995.
- Scheler, Max, La idea del hombre y
la historia, Ed. La Pleyade, Buenos Aires, 1982.
- Schrodinger, E., ¿Qué es la vida?,
Tus Quets, Barcelona, 1984.
- Swimne, B., El corazón secreto del
Cosmos, San Pablo, Buenos Aires, 1997.
- Yalom, Irvin, El día que Nietzche
lloró, Emecé, Buenos Aires
[1] Este tema merecería otro trabajo.
[2] Nietzsche llamaba a esto “voluntad de autosuperación”.
[3] Defino ética como el respeto con el otro más allá de todo
determinismo.
fuente/ http://psicoanalisisabierto.org
fuente/ http://psicoanalisisabierto.org

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